lunes, 27 de diciembre de 2010

Crónicas de 2010: Cesc, Silva y el espejo alemán

Metidos ya de lleno en las Navidades, llega el momento de repasar lo que escribí antes de las semifinales contra Alemania, el que creo que acabó siendo el mejor partido de España en este inolvidable Mundial. Me centré en dos jugadores sin demasiado protagonismo en la cita sudafricana, Cesc y Silva, pero que por edad deben ser quienes tiren del carro español en Brasil 2014. Para entonces, creo que esta nueva Alemania llegará como máxima aspirante al título, y pase lo que pase no debemos olvidar que su éxito será consecuencia también de nuestro trabajo.

 "Esta Alemania es distinta a las anteriores, nos cuentan, y para justificarlo muchos se quedan simplemente en el crisol de razas y culturas que conforman su plantilla: descendientes de polacos, turcos, tunecinos, ghaneses, españoles y hasta un brasileño nacionalizado se mezclan con alemanes de pura cepa para formar un equipo sólido y, he aquí otra de las diferencias con respecto a anteriores selecciones germanas, con un exquisito gusto por el buen trato de balón. Se dice que Joachim Löw ha construido su equipo tratando de imitar el juego desplegado por España en la pasada Eurocopa, pero para lograrlo hay que tener las piezas adecuadas y eso no se consigue así como así. Alemania siempre ha reunido jugadores competitivos en su selección absoluta, pero en esta ocasión la edad de algunos de sus componentes llama poderosamente la atención (Khedira y los defensas suplentes Serdar Tasci y Denis Aogo apenas llegan a los 23 años; Boateng, Badstuber, Ozil y Marko Marin tienen 21; y Muller y Kroos, sólo 20), transformando en curtidos veteranos a jugadores de 25 y 26 años como Lahm, Schweinsteiger, Podolski, Mario Gómez o Mertesacker, y casi en “semiretirados” a Klose, Friedrich y Butt, los únicos que superan la treintena de entre los veintitrés convocados. ¿Qué hay detrás de esta nueva generación de alemanes?

Pues tras estos jóvenes descarados y talentosos está más o menos lo mismo que se encontrarán mañana enfrente. España. Porque en cierta manera este babyboom germano tiene sus raíces en nuestro país, y no me refiero sólo a que el hasta ahora casi inédito Mario Gómez descienda de familia andaluza. En abril de 2006, la Federación Alemana decidía darle las riendas de sus deprimidas categorías inferiores (ni un solo título continental en categorías sub’17, sub’19 y sub’21 desde el año 1992) a Matthias Sammer, el histórico jugador de los 90 y Balón de Oro en el 96, quien sabía perfectamente qué hacer para levantar el vuelo del fútbol base teutón: fijarse en los que saben. Adaptando el tradicionalmente exitoso modelo español de búsqueda, selección y gestión del talento a las características de su nación, Sammer comenzó a elevar rápidamente el nivel de las selecciones inferiores alemanas hasta alcanzar un histórico triplete entre 2008 y 2009, cuando durante unos meses Alemania pudo presumir de algo nunca visto antes en Europa, que un mismo país fuera el vigente campeón continental en las tres categorías. Varios de los jugadores que alcanzaron tal hazaña están hoy en Sudáfrica peleando ya por el Mundial, y si siguen con su evolución lógica llegarán al 2014 en plena madurez. Ese debería ser su Mundial, pero este es el nuestro y los maestros españoles todavía tienen mucho que enseñarles a sus discípulos germanos.

Y ojalá que la última lección puedan impartírsela dos jugadores llamados a ser los auténticos líderes de nuestra selección dentro de 4 años, Cesc Fábregas y David Silva, dos jóvenes que llevan dando clases a todo el mundo sobre cómo manejar una pelota desde el ya lejano 2003. Silva, un año mayor que el centrocampista catalán, fue el primero en aparecer en la escena internacional, guiando a España hasta el subcampeonato en el Europeo sub’17 de ese año. A su lado destacó José Manuel Jurado, quien unos meses después se convertiría en el mejor socio de un semi-desconocido Fábregas en el Mundial de Finlandia. Digo semi-desconocido porque sólo los más fieles seguidores de la cantera blaugrana, el seleccionador Juan Santisteban y el equipo de ojeadores de Arsene Wenger sabían de lo que era capaz de hacer este adolescente con un balón en los pies. Uno por llegar lesionado (Silva) y otro por ser el benjamín de la convocatoria (Cesc), nuestros protagonistas de hoy, y esperemos que también de mañana, tuvieron que esperar al segundo partido de aquel mundial para debutar en el torneo, y lo hicieron en una situación bastante desesperada para nuestra selección. Tras firmar un agónico empate en el minuto 96 del primer partido ante Sierra Leona, España perdía por 1-0 en el descanso del partido ante Corea del Sur y se complicaba mucho el pase a cuartos de final. El viejo Santisteban no se lo pensó más y dio entrada a estos dos cracks, pero Corea del Sur marcó el segundo y las cosas se pusieron verdaderamente feas. Sin embargo, Cesc comenzó a distribuir el juego y en sólo diez minutos, entre el 65 y el 75, Silva firmó la remontada con un hat-trick. Su nombre fue el que acaparó los titulares, pero el de Arguineguín (¿qué tendrá ese pueblo?) se autoexpulsó por una agresión en el siguiente partido ante Estados Unidos y dejó vía libre para que Cesc se convirtiera en el rey del Mundial.

Establecido ya como titular, Fábregas marcó un gol a los norteamericanos y lideró con dos tantos y una asistencia la goleada por 5-2 a Portugal en cuartos de final, en lo que fue la revancha de la final del Europeo de unos meses antes. Cesc, llamado en principio a ser el siguiente 4 de la factoría Barça, se aprovechaba del buen trabajo en la recuperación de Markel Bergara y de su buena compenetración con Jurado para asomarse al área con mucho peligro, pues era capaz tanto de disparar con precisión como de meter un último pase magistral. Y precisamente ese mayor atrevimiento ofensivo es lo que le ha acabado colocando en un plano distinto al de su ídolo Guardiola, que curiosamente es el último 4 que ha salido de la Masía, porque detrás de él vinieron Celades (más limitado), Xavi (ya hablamos sobre él), Arteta (quizá el más parecido a Cesc), Iniesta (qué decir) y el propio Fábregas. Todos criados en teoría para una misma posición, todos triunfando en otra distinta. Cosas del fútbol.

Pero estábamos en el país del sol de medianoche. En semifinales, la Argentina de Garay y Ustari golpeó primero y se fue al descanso con 2-0, pero España salió en tromba en la segunda parte y empató en menos de diez minutos gracias a dos golazos, cómo no, de Cesc y Jurado. La albiceleste se quedó con diez pero aguantó hasta la prórroga, y casi hasta los penaltis. Con España también con diez, y mientras en TVE simultaneaban el partido con la final del 1500 de los mundiales de atletismo de París, Cesc agarró un balón en la esquina del área y lo clavó en la escuadra de Ustari. Gol de oro en el minuto 117 que sirvió para meter a España en la final y para llevarse los premios como Mejor Jugador y Máximo Goleador del campeonato. Silva, que reapareció en la final tras una sanción de dos partidos, se llevó el galardón al tercer mejor jugador habiendo jugado poco más de partido y medio, lo que dice mucho de lo bien que lo hizo y de lo arbitrarios que muchas veces son estos premios.

Desgraciadamente, el título acabaría siendo para una decepcionante selección brasileña que comenzaba a mostrar en categorías inferiores una alarmante tendencia a rehuir el control del balón y a arremolinarse en torno a su portería. El 1-0 final fue injusto, pero es que curiosamente Cesc tiene el dudoso honor de ser uno de los pocos integrantes de nuestra selección que no ha ganado ningún título en categorías inferiores (claro que la Historia le tenía reservado el papel principal en la mítica tanda de penaltis de la Eurocopa). Fábregas salió del Mundial sub’17 ya como jugador del Arsenal, en una de esas oscuras operaciones que acaban con talentosos adolescentes en la escuela de Wenger a cambio de casi nada (aunque al final hubo acuerdo para pagar una importante compensación al Barça), y no tardó demasiado en debutar con el primer equipo de los “gunners”. En Londres creció como futbolista, aprendiendo el oficio de mediocentro con Patrick Vieira y Gilberto Silva y batiendo todos los récords de precocidad del club, y llegó al Europeo sub’17 del año siguiente como una estrella emergente. Pero el equipo que comandaba el del Arsenal y en el que figuraban Piqué o Capel, entre otros, perdió la final (para la que se clasificó gracias a un penalti transformado por Cesc en la prórroga del partido contra Inglaterra) ante la Francia de Nasri, Ben Arfa y Benzema. La siguiente temporada, la 2004/2005, es la de su ascenso definitivo a la élite, aunque una inoportuna lesión le hizo llegar algo justo de forma al Mundial sub’20 de 2005 (el de los goles de Llorente) y España cayó en cuartos de final a manos de la Argentina de Leo Messi. Con 18 años, y tras brillar en la Champions, Luis le dio la alternativa en la absoluta antes del Mundial de Alemania, y hasta hoy. Con una madurez impropia de sus 23 años pero perfectamente entendible si reparamos en cómo fueron sus primeros años en Londres, Cesc ha asumido sin complejos la capitanía de un club histórico, se ha instalado entre los mejores futbolistas del mundo, se ha acostumbrado a los rumores que los sitúan verano sí, verano también, en uno de los dos grandes del fútbol español y se adapta sin queja (o eso creemos) a un rol secundario en una selección en la que poco a poco ha ido ganando confianza y que pronto bailará a su ritmo.

Silva no perderá el paso, desde luego. El habilidoso jugador canario fue rechazado de niño por el Real Madrid y acabó aterrizando en Valencia, con ficha en la cantera y un puesto de trabajo en el club para su padre, que es como se hacían antes estas cosas. Porque en la ciudad del Turia sí supieron ver que su talento estaba muy por encima de su aparente fragilidad física y allí creció hasta convertirse en lo que es hoy, uno de los mejores centrocampistas ofensivos del mundo. Tras el éxito en Finlandia, Silva sí tuvo la oportunidad de levantar un trofeo con las selecciones inferiores, el Europeo sub’19 de 2004 junto a los Sergio Ramos, De la Red, Soldado, Raúl Albiol o Borja Valero, por citar a unos pocos miembros de aquel auténtico equipazo. Luego, con apenas 18 años, confirmó con una enorme temporada en el Eibar que su desborde y visión de juego estaban hechos para campos más importantes que el vetusto Ipurúa, y tras brillar en el Mundial sub’20 de 2005 otra cesión, esta vez al Celta, en Primera, disipó cualquier duda: el chico iba para figura. Jugando indistintamente en la derecha, en la izquierda, en la media punta o incluso un poco más retrasado, en sus 4 temporadas en el Valencia ha dejado detalles espectaculares, se ha asentado en la selección y, aunque en este Mundial ha perdido esa condición de indiscutible que se ganó en la Eurocopa, su multimillonario fichaje por el City evidencia que no es uno más.

Uno anda tocado y el otro parece haberse caído del equipo, pero tal vez mañana vuelvan a asociarse sobre el campo con quienes mejor se entienden, con esa tropa de bajitos que disfrutan pasándose el balón y acostumbran a explotar como nadie los espacios entre líneas que dejan los rivales. Mañana toca mirarse al espejo (y decirle al reflejo alemán que veamos“¿estás hablando conmigo?”) y presumir de fútbol durante dos horas para la Historia."

2 comentarios:

  1. ¿Sería ese penalti ante Inglaterra el último que tiró Cesc antes de esa tanda de penaltis ante Italia en la Euro'08?

    Grandes previas para grandes partidos del Mundial, una lástima que no las leí antes ;)

    Un saludo desde http://ojeadorinternacional.blogspot.com/

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  2. Jeje, pues no lo sé, aunque no me extrañaría, porque en el Arsenal creo que empezó a tirarlos después. En esa tanda el que confesó que jamás había lanzado antes un penalti fue Santi Cazorla, y sin embargo fue uno de los que mejor disparó. Cosas de la confianza

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